Constelaciones y su historia
¿Quién no leyó alguna historia en la que un marinero guiaba su rumbo por la posición de la Cruz del Sur? ¿O quién no escuchó hablar de la Osa Mayor y la Osa Menor? Esas figuras más o menos difíciles de reconocer que la imaginación de los seres humanos ha colocado en el firmamento nocturno nos acompañan desde tiempos inmemoriales, ayudando no sólo a marinos y viajeros para que se orienten en sus travesías, sino también a pensar el cosmos como una página en blanco en la que hemos escrito nuestras fantasías y leyendas.
Los astrónomos entienden a las constelaciones como agrupaciones de estrellas en el cielo que, en apariencia, evocan una forma o imagen determinada. Civilizaciones muy antiguas ya se habían percatado de que algunas estrellas mantenían ciertas posiciones en la bóveda celeste, y les resultó practico trazar líneas imaginarias entre ellas, conformando así figuras de animales, objetos o personajes de su ámbito cultural. Como resulta fácil de inferir, esta tarea que implicaba asociar cuerpos celestes con formas resultaba totalmente arbitraria, variando de sociedad en sociedad el nombre y la composición de las constelaciones: donde un pueblo creía reconocer un animal, otro podía distinguir un héroe de su tradición o un objeto de uso cotidiano. Por otro lado, la relación de cercanía entre las estrellas provenía de una apariencia provocada por cómo se observan desde nuestro planeta, ya que cuerpos celestes que nos parecen relativamente cercanos en el firmamento pueden estar separados por enormes distancias.
Existe acuerdo en que hace más de cinco milenios, en Mesopotamia, ya se habían distinguido algunas constelaciones. Egipcios, griegos y babilonios continuaron en esta disciplina de nombrar las formas que hallaban en el firmamento, como también lo hicieron, siguiendo sus propias tradiciones, chinos, hindúes y varias culturas precolombinas de América.
Para la historia del conocimiento astronómico en Occidente resulta clave la figura de Ptolomeo, astrónomo y matemático del segundo siglo antes de Cristo. Fue el autor del texto llamado Syntaxis Mathematica o Almagesto, en el que se presentaba un catálogo detallado de más de mil estrellas y su agrupamiento en constelaciones. La circunstancia de que el sabio viviera en el Alto Egipto, cerca de la ciudad de Alejandría, explica que las estrellas detalladas en su obra fueran sólo las que podían observarse en el cielo desde esa zona del planeta. Aún faltaban conocer las constelaciones que aparecían en el firmamento del hemisferio sur, una tierra casi ignorada por las antiguas culturas del Mediterráneo.
Con el paso de los siglos, los viajes alrededor del mundo y el intercambio de conocimientos entre los diversos pueblos, los astrónomos pudieron abarcar el firmamento de los dos hemisferios de la Tierra, llegándose así a la actualidad. En nuestros días, la Unión Astronómica Internacional reconoce ochenta y ocho constelaciones, de las cuales, treinta y seis se hallan en el hemisferio norte, mientras que cincuenta y dos son las propias de los cielos del hemisferio sur. Ello no significa que unas sólo puedan verse en el norte del planeta y las otras solamente en el sur, ya que varias se pueden apreciar en ambos hemisferios en distintas partes del año.
Es imposible hablar de constelaciones y no pensar, inmediatamente, en el zodíaco, esa región del cielo por la que aparentemente transita el Sol a lo largo del año, y que fuera divida por los griegos en doce secciones, cada una identificada con una constelación. Estas constelaciones, tradicionalmente, son: Aries (el Carnero), Taurus (el Toro), Gemini (Los Gemelos), Cáncer (el Cangrejo), Leo (el León), Virgo (La Doncella), Libra (la Balanza), Scorpius (el Escorpión), Sagittarius (el Arquero), Capricornus (la Cabra), Aquarius (el Aguador) y Pisces (los Peces). A diferencia de los signos zodiacales, el nombre de las constelaciones zodiacales se escribe en latín, siguiendo las pautas establecidas desde hace años, tanto para nombrarlas a ellas como a las estrellas que las conforman. En 1930, cuando la Unión Astronómica Internacional fijó el número de ochenta y ocho constelaciones celestiales, se señaló también que el trayecto solar comprendía, además de las doce secciones conocidas, a otras dos constelaciones: Cetus (la Ballena) y Ofiuco (la Serpiente).
Como sugerimos anteriormente, no deben confundirse las “constelaciones zodiacales” con los “signos zodiacales”. Las primeras son, como ya lo expresamos, aquéllas que conforman una región de la esfera celeste por la que pasa la eclíptica; es decir, el recorrido aparente del Sol en el cielo a lo largo del año, visto desde la Tierra. Los “signos zodiacales”, en cambio, surgieron primero en Mesopotamia y pasaron luego a la cultura griega, pero más bien como arquetipos con los que los astrólogos definen la personalidad de los seres humanos, asociados a doce “meses astrológicos” de más o menos treinta días. Teniendo en cuenta que estos signos son doce, mientras que las “constelaciones zodiacales” son catorce, rápidamente descubrimos que la posición del Sol en el zodíaco no coincide con el “signo zodiacal” que rige ese momento del año. Por ejemplo, el signo de Escorpio abarca treinta días -desde el 24 de octubre al 22 de noviembre- mientras que, astronómicamente, el Sol transita por las constelaciones de Virgo y Libra. Es decir que, durante la vigencia del signo de Escorpio, el Sol no pasa ante la constelación de Scorpius. En todo caso la astrología es muy amplia y compleja y la abarcaremos en otros artículos.
Es interesante repasar las historias y mitos que aparecen detrás de las constelaciones más populares. De alguna manera, reflejan un conocimiento antiguo que sobrevive a través de las centurias; una tradición que hoy pareciera arcana pero que refleja la imaginación de las civilizaciones que nos antecedieron.
Del hemisferio norte, las constelaciones más conocidas son:
Orion (Orión): tal vez la constelación más conocida de todas. Aunque está catalogada como perteneciente al hemisferio norte, es visible también en el sur, en los meses del verano austral. La historia indica que la diosa Artemisa se había enamorado de Orión, lo puso celoso a Apolo, el hermano gemelo de Artemisa. Un día, aprovechando que había visto a Orión cazando en un bosque, Apolo desafió a su hermana a que no podía asestarle una flecha a un animal que se movía a lo lejos, entre los árboles. Artemisa lanzó su flecha y dio en el blanco. Cuando fue a ver su presa, se dio cuenta de que había aniquilado a su amado. Debido a su tristeza, la diosa decidió colocar a Orión en el cielo para su consuelo. Pero en esta constelación también hay un pequeño grupo de estrellas que conforman una figura casi autónoma, conocido como “Las Tres Marías”. En efecto, las tres estrellas que dibujan en el cielo el cinturón de Orión son señaladas en el mundo hispanohablante con ese título, en honor a tres mujeres nombradas en el Nuevo Testamento: María Magdalena, María Salomé y María de Cleofás. Algunos países de Centroamérica también las identifican como “Los Tres Reyes Magos”, ya que suelen ser visibles en las noches cercanas a la Navidad y a la Epifanía del 6 de enero.
Ursa Maior (Osa Mayor): es una de las constelaciones de mayor tamaño en el firmamento. Toma su nombre de la tradición de los griegos, que vieron en la noche la figura de un oso y la relacionaron con Calisto, la joven seducida por Zeus que fuera convertida en una osa. Según una versión de la historia, Zeus mismo transformó a Calisto en osa, para evitar que sus amores llegaran al conocimiento de Hera, la esposa del dios. Para otros, Artemisa fue la que transformó a Calisto, enojada por haber roto el voto de castidad que había realizado para formar parte de su divino cortejo. Ambas versiones, empero, concluyen en la muerte de Calisto. Zeus, afligido porque ella estaba embarazada de él, la convirtió en la constelación de la Osa Mayor, para que fuera inmortal. El hijo de Calisto se llamó Arcas, y muchos lo identifican con la constelación de Bootes (El Boyero), ya que parece “cuidar” en el cielo a la Osa Mayor.
Ursa Minor (Osa Menor): otra de las constelaciones más conocidas en el hemisferio septentrional. La historia de su nombre está vinculada a la figura de Cinosura, una ninfa que cuidó de Zeus en su infancia, cuando se escondía de Cronos. Al morir, el dios la elevó a los cielos. Tanto en este caso como en el de la Osa Mayor, existe la particularidad de que las siluetas de ambas osas tienen una larga cola, a diferencia de lo que sucede con los osos reales. Por eso, en algunas tradiciones, las estrellas que forman las “colas” forman, en verdad, una figura independiente, como pueden ser cazadores o cachorros.
Perseus (Perseo): una de las constelaciones ya enumeradas por el sabio Ptolomeo y que se mantiene en la actualidad. Dentro del espacio celestial donde está ubicada, se produce el fenómeno de las “lágrimas de San Lorenzo”, consistente en la lluvia de meteoros que se hace visible desde el hemisferio norte cada mes de agosto, como consecuencia de las partículas de polvo que deja el cometa Swift-Tuttle en su órbita alrededor del Sol. El mito de Perseo señala que era un semidiós, hijo de Zeus y la humana Dánae. Utilizando como espejo el escudo de la diosa Atenea, logró decapitar a Medusa, quien convertía en piedra a los que la miraban directamente a los ojos.
En el hemisferio sur, las constelaciones más populares son:
Crux (Cruz del Sur): es la constelación más pequeña entre las ochenta y ocho reconocidas por la Unión Astronómica Internacional, en el sentido de que es la que ocupa el espacio de menor dimensión en la bóveda celeste. Su popularidad no sólo se explica por la facilidad para observarla -una cruz latina siempre reconocible en la noche- sino porque es una buena guía para orientarnos, ya que el eje mayor de la cruz, al extenderse imaginariamente hacia el horizonte, marca siempre la posición del sur terrestre. Es por ello que muchos navegantes acudieron a ella como guía a partir de las expediciones al hemisferio sur del s. XV.
Canis Maior (Can Mayor): de esta constelación forma parte la estrella Sirio, la más brillante del cielo nocturno. El Can Mayor pareciera seguir en su recorrido a la constelación de Orión, por lo que la mitología indica que se trata del perro del héroe griego que lo sigue en su viaje por el firmamento.
Hydra (Hidra): también es una de las constelaciones ya enumeradas por Ptolomeo, y es la que ocupa el mayor espacio del cielo entre todas las reconocidas en la actualidad. Recuerda a la Hidra, el monstruo con forma de serpiente de varias cabezas, muerta por Hércules en uno de sus doce trabajos.
En próximos artículos seguiremos hablando de las constelaciones y la relación con la astrología.
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